
Apuntes de mis viejas libretas (Julio 9, 2016)
El evangelio se fundamenta en creer, no meramente en el obrar. Todo lo recibimos por gracia. Creer es depositar nuestra fe en una persona o en lo que esa persona dice. De hecho, «sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay y que es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6). Creer es aceptar como verdadero lo que se nos revela; es la acción que surge de la fe, esa «certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11:1). En el evangelio, nada podemos ganar por mérito propio ni por buenas obras.
La salvación es un don de Dios (Efesios 2:8). El Espíritu Santo es un don de Dios. Los dones espirituales son un don de Dios. Esto significa que todo se nos otorga por gracia. El único «costo», —si es que puede llamarse así— del que habla la Biblia es el costo de seguir a Cristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Mateo 16:24). Esto habla de las implicaciones espirituales cuando somos trasladados del reino de las tinieblas al reino de Jesucristo, y no es un precio por la salvación (Colosenses 1:13).
Ninguna oración, ningún ayuno, ningún sacrificio o disciplina personal nos harán más aceptos a Dios. Tampoco pagarán por nuestra bendición. No podemos obtener nada de Dios por nuestro esfuerzo. Entonces, ¿qué lugar tiene la oración? La oración es un medio para manifestar nuestra fe en Él. No oramos para convencer a Dios. No oramos para cambiar a Dios. Oramos porque creemos en Él; oramos para que nosotros seamos transformados.
La oración es el medio por el cual buscamos a Dios. No oramos para sentir o para cumplir; oramos para estar con Él. Jesús dijo: «Mas tú, cuando ores, entra en tu cuarto y cerrada la puerta, ora a tu Padre en lo secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público» (Mateo 6:6). Dios siempre ve y escucha. No siempre responde de la manera que esperamos, pero Él sigue siendo galardonador de los que le buscan.
¿Por qué oramos? Porque, al hablar, nos comunicamos y se construyen las relaciones. La oración es dependencia, la oración es oxígeno. En otras palabras, la oración es vida. La oración es ese signo de dependencia de Él que nos debe distinguir. Es la manifestación de nuestra fe, es nuestra declaración de que creemos en Él.
¿Por qué ayunamos? Algunos piensan que para «matar la carne». Eso no es cierto; de lo contrario, nuestros apetitos carnales desaparecerían por completo. Creo que el propósito del ayuno es darle a Dios toda nuestra atención en un momento dado. Para los judíos, el ayuno era símbolo de duelo. El ayuno le expresa a Dios: «Poco vale el alimento cuando estoy contigo», «El alimento es secundario ante el deseo que tengo de ti». Como decía el salmista: «En tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria» (Salmos 63:1).
La acción de creer es poderosa. En el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin (Romanos 1:17). Cuando estudiamos los evangelios, todo está ligado al creer. El evangelio de Juan, precisamente, trata del tema de creer. Veamos algunos versículos:
- «Y estas señales seguirán a los que creen: en mi nombre echarán fuera demonios, pondrán las manos sobre los enfermos y sanarán, hablarán en otras lenguas» (Marcos 16:17-18).
- «El que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva» (Juan 7:38).
- «¿No te he dicho que, si creyeras, verás la gloria de Dios?» (Juan 11:40).
- «¿Recibiste el Espíritu Santo por la fe o por las obras de la ley?» (Gálatas 3:2).
- «El que suministra maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por la fe?» (Gálatas 3:5).
- «Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna» (Juan 3:16).
La fe es la «moneda» del Nuevo Testamento. Jesús dijo: «Si puedes creer, al que cree todo le es posible» (Marcos 9:23). Sin embargo, a veces enfrentamos desafíos cuando nuestra fe parece no ser correspondida, o cuando no vemos los resultados de creer de inmediato. Sabemos que tenemos fe, pero por alguna razón no se manifiesta lo que creemos o lo que esperamos.
Entonces nos impacientamos y comenzamos a utilizar nuestro esfuerzo humano. Pensamos: «No estoy orando lo suficiente» o «No estoy ayunando lo suficiente». Así, abandonamos la fe para empezar a operar en nuestras propias fuerzas, algo parecido a lo que hicieron Sara y Abram (Génesis 16:1-3). Nuestras disciplinas cristianas se convierten en nuestra fuente de confianza en lugar de confiar en Dios y en Su Palabra (1 Juan 5:14).
Ninguna disciplina cristiana debe convertirse en una moneda de pago o intercambio para recibir de Dios. Recuerda, sin fe es imposible agradar a Dios. Las disciplinas cristianas son vehículos para acercarnos a Dios, para escuchar a Dios, para relacionarnos con Dios, pero nunca comprarán a Dios. Tampoco pueden convertirse en cargas u obligaciones que cumplimos sin la motivación correcta. Estas deben ser alimentadas por nuestro amor y fe hacia Dios.
Como creyentes, no podemos sustituir la “moneda” de la fe —o si se quiere, la llave de la fe— por la moneda de las obras. A Dios le agrada la fe: que confiemos en Él y no en nosotros mismos.
Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén. (Efesios 3:20-21)